Publicado en el Diario El Ancasti de Catamarca, 19 de abril de 2007.
Mientras disfrutamos de los coloridos espectáculos que se llevan a cabo en todo el Abya Yala (nombre indígena del continente americano), por el Dia del Indio, los descoloridos ropajes de miles de seres humanos de etnia indígena, testimonian el sufrimiento, la marginación y el abandono a que los someten esos mismos oradores que en los actos públicos con grandes voces, con temblorosa emoción y tal vez con alguna lágrima furtiva, declaman sensibleros discursos pro indigenistas. Esos que a la hora de la acción no sólo se olvidan de ellos sino que, empachados de discriminación y displicencia y embriagados de indiferencia y soberbia, difícilmente los inviten a compartir un almuerzo con sus familias, en el comedor grande de la casa, ataviados con sus miserias irreemplazables. No vaya a ser que sus hijos se contaminen del olor a la pobreza.
Y en algún caso, (parafraseando a Cervantes) en un lugar de América, cuyo nombre no quiero recordar, como al descuido, les metieron como cuña una inventada celebración de Dia de la Fundación de un pueblo, el acto más anti indígena, de invasión y usurpación que hace un conquistador, justo el Día del Indio, como una burla grotesca, aunque para disimularlo les hagan una fiestita.
Mientras algunos indígenas a lo largo de todo el Abya Yala participan de esos actos –que en definitiva tienen o deberían tener el significado de reivindicación- en los ayllus, en sus comunidades, la reivindicación es un grito ahogado de impotencia por el avance incontrolado -¿o controlado tal vez?- de los que vienen alambrándoles la tierra y la vida y desmontándoles los sueños y los bosques de donde se alimentan. O, en otros casos, cambiándoles el hábitat donde desde hacen centurias viven en contacto con la naturaleza, desnaturalizándosela para que no puedan más servirse de ella racionalmente y sin depredarla. Los invasores dicen que el progreso no contamina, enriquece. Claro, no contamina las oficinas, y enriquece a los poderosos, pero al indio –que además se explota impúdicamente en los trabajos extenuantes y mal pagos- no solo le contaminan el agua, el suelo, la vegetación sino que sobre todo le envenenan el alma y para ese mal, pareciera no haber antídoto.
Los legisladores que deberían legislar para favorecerlos a ellos y al ambiente que les rodea, son renuentes a hacerlo favoreciendo a los depredadores de humanos.
La hipocresía tiene muchas caras y se disfraza con la ropa que le conviene. Y muchas veces conviene la ropa que tienen los marginados –que lejos está de ser un disfraz- por que es una excusa para prometer en las campañas, aunque luego en la campaña o en las periferias falten los elementos esenciales que sobran en las ciudades.
Desde hacen centurias se viene haciendo una gigantesca siembra de semillas de desprecio al indio, tanta que hubo cosecha récord de odio y vergüenza. Por ello los propios indios se avergüenzan de serlo y los que osan mostrarse lo hacen con otro nombre: originarios, aborígenes, naturales, pero no indios. Mucho menos con nombres autóctonos. Ser indio, para el propio indio, se lo han transformado en vergüenza.
Sin embargo no todo está perdido. Yo conocí a Don Anselmo Chayle, del norte de Belén, que ahora habría pasado los 90 años. El me decía “yo soy indio tatita, y estoy orgulloso de serlo. Me llaman el coya Chayle y algunos dicen que no deje que me digan así, pero yo no tengo vergüenza, estoy orgulloso de ser indio”. El no era descendiente, era indio. Nada de eufemismos. Así lo sentía y así lo declamaba. Felizmente hoy, en Catamarca, comunidades como Los Morteritos en Belén, Ingamana en Santa María, Kolla Atacameña en Antofagasta y muchos hombres y mujeres en distintas partes de nuestra provincia, han comenzado a sentir el llamado de su sangre y a emerger de las propias cenizas de un fuego que quiso exterminarlos pero que no los pudo consumir. Así pasa tambien con los diaguitas de Amaicha en Tucumán, conlindantes con nuestra provincia.
No obstante, en casi todo el Abya Yala, hoy nuestros indios (llamados así porque Europa llamaba a este continente Indias Occidentales) están marginados, desprotegidos, olvidados, avergonzados, explotados, robados, aculturados, etc.
Los indígenas tienen hipotecada la esperanza. Y para levantar la hipoteca deben desesperanzar sus vidas y las vidas de sus hijos. El precio de la vida para ellos es directamente proporcional al desprecio de las sociedades. Los hombres terminan modernamente esclavizados, las mujeres modernamente sometidas, no solo a tareas domesticas y laborables asfixiantes, sino sometidas a los bajos instintos de los mejor favorecidos que ven en ellas meros objetos para satisfacerse. Porque cuando el hambre y la miseria aprietan, la decencia y el pudor se esconden por obligación de necesidad, aunque para los que las usufructúan la indiferencia sea la moneda de pago, más dolorosa que el pequeño billete que se deja a cambio. Pero para entenderlo hay que sacarse la máscara.
Algunos aventuran impúdicamente que los naturales tienen poca concentración al trabajo y adolecen de vagancia innata, pero no entienden que los Runa tienen otra cosmovisión diferente de la existencia humana. Que sus valores no son siempre los mismos que los nuestros e incluso que su organismo tiene ritmos distintos. Pretender que el modelo occidental de vida en cuanto a creencias, costumbres, trabajo y generación de bienes materiales y riquezas es el único correcto y posible, es de una maldad incalculable, porque margina ´-y de hecho lo hace- a vastos sectores humanos alrededor del orbe, cuyas metas de existencia son otras, no por eso menos importantes, aceptables y atendibles.
¿Qué podemos esperar de los países que dando la espalda a sus etnias seculares se solazan en ensalzar, defender y proteger todo lo foráneo ignorando –ex profeso- la riqueza interior y humana de nuestra gente nativa?
¿Dónde vemos a los indígenas ocupar lugares preponderantes en las sociedades civilizadoras que llevan progreso, educación y cultura? ¿Cuántos cargos importantes (presidentes, legisladores, dirigentes, educadores) en comparación con los conquistadores y sus descendientes criollos les han permitido ocupar en nuestro continente a los aborígenes?
La historia por lo que vemos, no ha cambiando en los últimos 500 años.
¿Qué podemos esperar de países donde aquellos que pretendieron entregar la patria a manos extranjeras, que asesinaron impunemente comunidades enteras de aborígenes, tienen estatuas y nombres con sus calles y son figuras preponderantes en los manuales escolares?
Pero, aunque parece imposible que se pueda lograr la reivindicación de la soberanía territorial, la justicia social, económica, religiosa y cultural de los indígenas que habitan los pueblos no sólo del Tawantinsuyu, sino todo el Abya Yala, la fuerza que traen desde hace algunos años los hombres y mujeres del continente, de esta América más indígena que española o europea llegará a ser tan fuerte que finalmente lograrán el lugar que debieron desde siempre tener, si los hubieran dejado ser.
Rodolfo Lobo Molas
25 de abril de 2007
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